Pitchfork Music Festival CDMX: una prueba de la nueva normalidad de los festivales de música

Pitchfork Music Festival CDMX: una prueba de la nueva normalidad de los festivales de música

Por Daniel Pontones

Después de lo sucedido en el AXE Ceremonia, el regreso a los festivales en la Ciudad de México tenía un aire de extrañeza e incertidumbre. Como alguien que asistió aquel día sábado 5 de abril, volver a asistir a un evento de este tipo con un mes de diferencia se sentía agridulce. Algo tenía que cambiar, era imposible que no hubiera algún ajuste entorno a las medidas de seguridad y de salud.

La exigencia y preocupación del público, medios, periodistas y todxs lxs implicadxs en eventos masivos de música se expresó no solo en las redes, sino en un sabor amargo colectivo que todavía no se va. 

La segunda edición del Pitchfork Music Festival CDMX llegó como un festival que sería la primera prueba de una nueva normalidad de conciertos. La necesidad de cambio se hizo tangible: se redistribuyó el lineup, gracias a nuevas regulaciones de autoridades , lo que causó la lamentable baja de Little Simz y que la banda Dummy reagendara su presentación en México. Mientras lo de Little Simz me tenía postrado en cama, lxs fanáticxs de Black Country, New Road y Beth Gibbons pudieron respirar de nuevo. Pero era un hecho, el festival iba a suceder. 

Después de la Opening Party, el 1 de mayo en el Foro Indie Rocks!, donde el FOMO invadió a todas las personas que no pudieron ver a untitled (halo) (sobre todo gente que usa camisetas de manga larga con rayas negras y blancas), era turno de los dos días protagonistas en el Estadio Fray Nano

El viernes 2 de mayo, mi primera impresión del venue fue extraña: un campo completamente abierto con mesas y tapetes alrededor, restaurantes en los extremos, la zona VIP en el costado derecho y el escenario en el fondo. Se sentía desértico, pero uno no puede hacer esos juicios cuando llega tan temprano a un festival. Al final de cuentas, la verdadera experiencia es cuando empieza la música, y ese día comenzó Rosas. 

Antes de continuar he de decir que, como un gran amante de la escena underground mexicana -aquí vamos de nuevo-, lo primero que me dio gusto fue ver en el cartel a artistas como Rosas, A Veces Siempre, Luz luz luz! y Edgar Mondragón. Es un gran acierto de Pitchfork fijarse en la escena local y la prueba de ello es Rosas, que con sus cumbias downbeat, folk pseudoespiritual y un aire cuasi religioso hizo disfrutar hasta a lxs fans de Black Country, New Road que, evidentemente, ya estaban al frente pegados a la valla. 

De ahí en adelante, se presentó quien sería la protagonista del día: la guitarra acústica. A Veces Siempre, Bedouine, Tim Bernardes, Rodrigo Amarante y Silvana Estrada hicieron lo que parecía una oda a la figura del cantautorx. A Veces Siempre con su folk con aires western, la voz casi angelical de Bedouine, la reencarnación de los grandes cantautores brasileños a través de Tim Bernardes y Rodrigo Amarante y la carta de amor que es la música de Silvana Estrada llenaron el escenario hasta el que sería el último artista del día. 

Entre conversaciones típicas del público del Pitchfork, como encontrar los puntos en común entre canciones de Silvana Estrada y Pyramid Song de Radiohead (gracias a Leonardo Espíndola por esta comparación), parte del público dejó sus lugares y lxs theatre kids y gente fajada vestida de negro con pequeños tatuajes por todo el brazo (suena muy específico, pero es una fiel descripción) se acercaron más al escenario para ver a Black Country, New Road.  

Pitchfork Music Festival CDMX.

Más que un concierto, lo de ellos fue un recital. No sé si era la luz que me estaba dando directamente en la cara que me hacía sentir como el personaje principal, pero en ese momento todo se oscureció menos el escenario. Habían silencios absolutos, parecía que parte del público no quería interrumpir o distraer a lxs músicxs. Hubo una conexión emocional profunda en donde más de unx salió de ahí adorando más el álbum Forever Howlong o simplemente pretendiendo que su vida cambiaría después de ese concierto. 

Si el primer día fue una oda a lxs cantautorxs, el segundo día fue una oda a lxs productorxs (y a Beth Gibbons). El escenario lo estrenó Rejjie Snow y Machine Girl se encargó de destruirlo. Lo de ellos fue una bomba de ruido, una agresividad sonora y vocal capaz de generar el único slam que presencié en el festival. Después de esto le tocó tomar el escenario a leyendas del hip-hop, primero Roc Marciano y The Alchemist y después a Earl Sweatshirt. La producción fue impecable, un paisaje de cabezas moviendose de adelante hacia atrás con los beats de The Alchemist y los brazos moviéndose como fideos con el rapeo de Earl Sweatshirt. 

Mientras las personas con ropa innecesariamente oversized se alejaron del escenario, era el turno de la gente alternachida que aclamó el último álbum de Beth Gibbons y los chavorrucos que querían escuchar Glory Box en vivo una vez más (presumiéndole a todo ser humano a su alrededor que ellos vieron a Portishead en México hace más de diez años). Para mí, Beth Gibbons fue lo mejor del día. La posición de lxs músicxs dejando a Beth al medio lo hacía parecer una especie de ritual. Fue una experiencia hipnótica, con este tono cinematográfico y rural que, sin quererlo, me figuró a alguna escena melancólica de The Last of Us (muy generación Z, lo sé, lo siento). 

Lxs que se fueron en ese momento, se perdieron de una de las presentaciones más inmersivas del festival. El sonido de Oneothrix Point Never me figura al equivalente de sacudir una lámpara de lava y quedarse viendo los colores por más tiempo del necesario. Las piernas casi no aguantaban, pero se mantenían firmes por el hyperpop y electrónica caótica sumado a una versión títere del músico tocando (sí, tal cual suena). Al final, lo que hizo Ross From Friends para terminar fue un dj set para despejar un poco la saturación sonora e irse bailando del Fray Nano. 

Luego del cierre el 4 de mayo, con las presentaciones de James K y Edgar Mondragón con IMGN, volteo a ver lo que fue el festival y lo que representa para la nueva normalidad de este tipo de eventos.

La segunda edición del Pitchfork Music Festival CDMX fue la prueba de fuego posterior a un suceso que necesitaba marcar un precedente entorno a la seguridad y salud de lxs asistentes.

En mi experiencia, el evento me trajo de vuelta esa conexión de la música en vivo que la hace, para mí, la forma más elevada de apreciar este arte. Pero el valor de los festivales no sólo está en la música, sino en todo lo que la rodea: la experiencia de elegir el outfit, intentar meterte entre toda la gente para ver más cerca a tu artista favorito, bailar con desconocidos y hacer comparaciones entre Silvana Estrada y Radiohead; y todxs merecen disfrutar de esto sin la necesidad de estar alerta sobre su seguridad y salud.

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