Hola a todos y todas:
Pensé en hacer trampa. En vez de algo totalmente nuevo, iba a mandarles el ensayito sobre la radio como compañera que escribí para Ibero 90.9: dos décadas (el libro que coordinaron Sofía Garfias y la doctora Julia Palacios, y que finalmente se terminó de imprimir hace unas semanas) o copiar y pegar el mail que mandé hace unos días a las estudiantes de licenciatura que están en la estación. En el camino se me cruzaron dos textos.
Uno, que me mandó Ekatherina Sicardo, de Julián Herbert acerca de los corridos tumbados (pero más bien sobre cómo evolucionan las ideas musicales, nada se crea en el vacío y la manera en la que escuchamos). Es un buen ensayo de ideas, pero quisiera detenerme un momento a considerar la manera en la que Herbert escribe sobre música:
A principios de los noventa, apareció en el panorama del norte de México la música de Miguel y Miguel, grupo conformado por Miguel Angulo como primera voz y Miguel Montoya como segunda voz y requinto. El dueto -cuyo máximo éxito resultó ser “Sonora y sus ojos negros”- se caracterizó por prescindir del acordeón, sustituyendo las florituras de este por melancólicos pasajes de guitarra de 12 cuerdas que, como cualquier escucha atento puede constatar, se convertirían al paso de los años en la base punzante, simultáneamente grave y aguda, que da identidad melódica a una buena cantidad de canciones bélicas.
Fíjense en cómo Herbert evita las trampas mortales en las que caemos comúnmente cuando hablamos de música:
1.- Repetir los datos wikipediosos del disco (quién conforma la banda, dónde se grabó, quién lo produjo, de qué año es, etc)
2.- Calificar con adjetivos vacíos como bella y perrona, o sustantivos hiperbólicos como rolota y temazo.
En el párrafo de Herbert hay información (los nombres de los artistas, sus posiciones en el grupo, cuál es su éxito) e interpretación de cómo hacen música (los instrumentos que usan o no usan y, sobre todo, la manera en que aparecen en las canciones). El texto es buenísimo porque traza la historia de los corridos tumbados, habla de sus características musicales, se pelea un poquito con Peso Pluma y reflexiona sobre la identidad de “norteña”. Muy Herbert, ese poeta coahuilense que creció en Guerrero.
El otro texto que me obligó a escribirles hoy apareció en The New York Times esta mañana. Relata el esfuerzo del gobierno sueco para definir su propia cultura. Es un programa que inició hace un par de años. Expertos (académicos, periodistas, historiadoras…) y “personas normales” (si es que eso existe) han sido consultadas para tratar de decidir qué 100 cosas (obras, objetos, hechos históricos) definen a la cultura sueca.
Me parece un ejercicio fascinante porque, en esencia, es una sociedad tratando de entenderse a sí misma. ¿Por qué hablamos como hablamos? ¿Quién decidió los valores que consideramos “nuestros”? ¿Qué significa ser de aquí? La interpretación más amable es que definir la cultura de una nación servirá para integrar a todas las personas, como un mapa y una brújula que les ayude a encontrar el camino. La más cínica es que será usada como una herramienta para excluir a algunas personas de la idea de ser o no sueco.
Los dos textos tienen que ver con algo que hablamos todos los días en 90.9: las maneras en las que una cultura se reconoce a sí misma. Los sistemas con los que canonizamos, elevamos, desechamos, evitamos.
Hoy comienzan las materias de Verano. Suerte a quienes están viniendo a la IBERO. No dejen de darse una vuelta por el segundo piso del Edificio P
Mil gracias por su tiempo,
Ricardo