Por Ricardo Marín- @reecardough
Cuando todavía existían los blogs de música y había gente que hasta los leía, había uno muy interesante de la Ciudad de México llamado 10:1. Entre varios despotriques y escritos fantásticos se encuentra uno del Festival Colmena (a su vez derivado de uno del periódico La Jornada), realizado hace cuatro años y conocido por haber sido un rotundo fracaso logístico. En éste se escribe sobre cómo en México sufrimos de “festivalitis”, debido a la fiebre por festivales que se ha dado desde hace tiempo.
Sin entrar en detalles del artículo, sí es de hacerse notar la reciente ola de festivales que han tomado lugar no sólo en el entorno nacional, sino en todo el mundo. En Gran Bretaña nada más, existen más de 500 festivales musicales incluyendo los platos fuertes (Glastonbury, Reading, Leeds, T-In the Park, etc.) y es increíble como esta industria que se veía con tanto entusiasmo hace algunos años, hoy parece víctima de una gran mezcla de factores: desde la economía hasta el simple hartazgo.
El director de Glastonbury, Michael Eavis ha declarado su festival como destinado al fracaso en unos 3 años. Las razones van desde el precio de los boletos, su rentabilidad y la gran plétora de similares alrededor del mundo a precios más baratos. Aunque es una semejante exageración (Glastonbury ni aunque se cuelgue morirá), es cierto que varios eventos similares han sufrido bajas económicas que, queramos o no, finalmente son el hilo conductor del negocio, y dichos factores pueden repercutir en la manera que los melómanos o simplemente amantes de la fiesta perciben los festivales.
A pesar de las grandes fallas, los festivales siguen siendo un punto focal importantísimo por varias razones: se conocen bandas nuevas y los escuchas siempre están agradecidos al respecto, éstos no pueden negar la recompensa cultural enorme; del mismo modo, es sumamente redituable para las bandas, cuyas ganancias en vivo suelen rebasar las de sus discos y se dan a conocer en la exhibición, un ejemplo moderno clásico sería Florence and The Machine, cuyo éxito le debe mucho a la posibilidad de estar en festivales.
Incluso en el propio país hay demasiados festivales: Indie-o Fest, Corona Capital, One Music & Arts, Mutek, etc. La diferencia entre aquí y del otro lado del charco es una de índole oportunística, mientras allá es una gran experiencia no sólo de ver a varias bandas, un festival es un ritual y una fiesta. Acá no sólo es eso, el festival trae a bandas que normalmente no darían un concierto ellos solos (una banda como Shabazz Palaces o Freelance Whales, para poner ejemplos recientes).
Mientras el surgimiento masivo de festivales locales aquí tiene que ver con un consumo grandísimo, en el extranjero es una soga al cuello para el negocio general si se le suma una crisis económica. Entonces, ¿está bien que haya muchísimos festivales en el país? Si se es crítico: El festival nos sirve a nosotros para ampliar el acervo musical y a las bandas para darse a conocer en el país. Pero hay que recordar que aquí tampoco hay mucho dinero y la economía es precaria; los conciertos son mucho más difíciles de acceder, y un festival trae a muchas bandas, demasiadas, al grado que es imposible verlas todas.
Por otra parte, el surgimiento de cada vez más festivales, según Michael Eavis, lleva a la apatía. Según Eavis “ya se ha visto todo y el público busca algo diferente”. Esa es una verdad a medias, encontrar a grupos que en vivo ofrezcan mucho más que en el disco se hace escaso, pero no por eso la música en vivo deja de ser menos emocionante. Sin embargo, este tipo de pensamiento lleva a iniciativas interesantes, como sacar los festivales de sus zonas regulares metropolitanas como el DF, a provincia. Los resultados siguen en análisis, pues ha habido pésimos resultados como el Colmena o Sonofilia y resultados más optimistas como el 72810.
El exceso crea hábito, y el hábito crea flojera. Las nuevas iniciativas se reciben con mucho optimismo, pero se está lejos de que la industria de los festivales sea estable en el país. Por su parte, la presencia corporativa ha generado el festival de marca, del cual es muy difícil escaparse gracias al excesivo costo logístico. Mientras se espera un resultado más concreto, queda el conformarse con surgimientos espontáneos y desiguales de festivales cuya singularidad está constantemente puesta a prueba.