Por Sebastián Rico
Cada nueva entrada de la agrupación islandesa resulta ser un enigma. Sigur Rós profundiza en la abstracción musical (si es que hay algo más abstracto que la música) de manera magistral. Su más reciente LP no es la excepción. Con este último intento, han tomado una curva peligrosa, y salen más que ilesos. Kveikur (XL Recordings, 2013) sin lugar a dudas, es una obra que se disfruta más con los ojos cerrados.
El significado de la palabra kveikur viene del hilo que, rodeado de cera, conforma el corazón de una vela. Es aquél que sostiene la flama. En este álbum, el calor del fuego permanece exiliado. Paradójicamente, no es carente de una chispa. Ante la falta de luz y calor, Kveikur cuenta con una vigorosa energía nuclear.
El entorno sombrío que se implementa en este lanzamiento, surge como resultado de todo menos un capricho. El disco abre con “Brennisteinn”, la oxidada maquinaria que impulsa el resto de las entradas. Se construye de cuerdas y distorsiones perturbadas que rebotan a través del resto del disco. Tanto las punzantes percusiones de “Stormur” e “Isjaki” como la sutil panderada en la titular “Kveikur” conforman el esqueleto de la vela crecientemente torcida.
Construido de manera diligente, la voz de Jónsi, junto con elementos rasposos y electrocutados, mantienen un vasto mar de penumbras. “Var” concluye el cegado recorrido con una densa neblina de violines y estremecedoras teclas de piano.
Las tinieblas que Sigur Rós presenta sirven de velo, no de tumba, para los elementos sobrevivientes de un entorno hostil. Al mantener aquel kveikur sin encender, ilustran que a veces las cosas resultan ser más bellas en la oscuridad.
Kveikur es nuestro extracto de la semana