Pirlo fue Shakespeare. Su verso rutilante, sobrecogedor, perfecto. Pirlo es métrica; y la métrica es estética. Emergía entre el fragor y las cascadas de sudor, embarrado de fango y la barba retacada de pasto. Como un gladiador romano apresto para la guerra. Su dictado gobernó una enternecedora noche en la selva. Italia continúa su afanosa transformación sin olvidar su genética: cuando la situación apremió, no tuvo reparo en apelar al llamado de su estirpe. Inglaterra es ecléctica: convergen jovialidad y maestría, con mucho atino. Sturridge y Sterling son dinamita, un acorde de Pete Townshend. La mezcla es un manjar.
No hubo cortesías. El bombazo de Sterling casi deforesta la meta de Hart; hubo quien lo creyó. Más tarde, Candreva probó la fortuna de Sirigu. Intercambio de golpes: rumble in the jungle (lejos de Kinshasa, cabe apuntar). Welbeck se escabulló por una ladera y elevó una baya para que Welbeck sólo la engullera. No saltó lo suficiente. Un jaguar quizá hubiera alcanzado. En pleno frenesí, Pirlo hizo un acto de ilusionismo, tras de él surgió Marchisio, quien pisó el cuero y apunto al raíz del arco de Hart. Genial. Inglaterra acusó el golpe. Rooney navegó por el Amazonas y citó a Welbeck con la red; a bote pronto, el jovenzuelo mancuniano tan sólo debió poner el pie. No cedió el vértigo. Marchisio colocó a Balotelli de cara a Hart, quien lo persiguió hasta los confines del bosque. Ni tardo ni perezoso, ‘El Nene’ picoteó el cuero, con trayectoria de arcoiris, como cuando llueve sobre la selva y surge el sol tras la cortina de agua. Jagielka, casi colgado de la liana, apareció evitar la debacle. Poco después, Candreva golpeó la corteza y el bosque entero retumbó.
Dos tribus dispuestas a despeñarse con tal de dominar la selva. Eso fueron. Desprovistos de la parquedad que antaño les caracterizó, Italia e Inglaterra fueron torrenciales. Balotelli pescó un envío del cielo y su testarazo fulminó a Hart. Los hombres de Hodgson se abalanzaron sobre Sirigu, encomendados a que la inexperiencia pudiera brotarle de los guantes. No ocurrió. Primero, abortó un zarpazo de Sterling y luego embolsó, tan fácil fuera, las lanzas puntiagudas que arrojaban Gerrard y Sterling.
Corría nervio por Inglaterra, no podemos obviar ello. Le corre la sangre por las venas.
Sangre tropical, vivaracha, tempestuosa.
Moría la noche e Italia se agazapó con fiereza; una anaconda que estrujaba las entrañas. Aún Pirlo golpeó la madera con la fuerza de un caimán. El cuero asemejó a un águila harpía, iba y venía, primorosa, indefinible, bestial. El impacto sacudió el rocío del leño. Lo único malo de la tarde en la Amazonia es que