por Alex Saucedo Como cada año, las pantallas morelianas están listas para recibir una peregrinación interminable de cinéfilos que van detrás de las cintas que poco a poco han ido definiendo el panorama cinematográfico de este año. Esta vez, ya mi tercera ocasión, regreso con particular emoción a visitar las salas de un festival que se ha distinguido por tener la selección más completa de todo el año. En este caso el primer día me recibió con dos de las grandes ganadoras de Cannes, el colapso nervioso de una elegante actriz y el segundo intento de un realizador que busca alejarse de la sombra de su hermano.
Gravity es sin duda una las cintas más impactantes del año y la presencia de su director este año se hizo notar en un sinfín de eventos diferentes. Justo cuando este desfilaba en la alfombra roja, su hermano Carlos presentaba Besos de Azúcar. Rudo y Cursi, su ópera prima, exploraba el mundo del fútbol profesional y la carrera de dos hermanos que terminan siendo rivales. Con la ayuda de arquetipos fáciles de reconocer, esta historia nos traslada a un primer amor que debe sobrevivir en las duras calles de Tepito. Una especie de Romeo y Julieta juvenil que logra divertir dentro de un absurdo que, frecuentemente, se sale de control y raya en el ridículo. Esto no necesariamente significa que la película sea mala, es sólo que como espectador no podía dejar de sentirme en un forzado intento de colorear el folclor citadino en una historia poco imaginativa. Es claro que Carlos Cuarón es ingenioso al construir su historia y maneja con gran habilidad el formato que busca, el problema es que este tiene poco que ofrecer. La elección de cámara y una fotografía bastante convencional termina por provocar que Besos de Azúcar no parezca más que un ejercicio estudiantil que demuestra cierta maestría en su realización.
Conforme pasó el día y tuve la oportunidad de elegir lo que quería ver, en vez de conformarme por lo único disponible, por fin pude saciar mi apetito por uno de los títulos más llamativos del Festival y uno que seguro está en la lista de todos los asistentes al festival. “La vie d’Adèle” se llevó la Palma de Oro a mediados de este año y ahora puedo entender el por qué. Para ser honesto es una película complicada, con la que no es fácil conectar. Quizá el problema sea que en momentos las acciones de su personaje principal nos puedan remitir a momentos de nuestra propia vida que habíamos dejado empolvados en algún baúl olvidado. Mi primera impresión fue resaltar lo ordinaria que puede llegar a ser, pero es poco a poco que se cuela dentro de la mente e incluso del cuerpo. La obra completa puede sentirse como un ejercicio de vanidad de parte del realizador, en gran parte por la larga duración y el énfasis que escoge darle a ciertos momentos de la vida de Adèle. La intención que yo puedo percibir es más que un simple intento de observar sus acciones, más bien se traduce en tratar de sentirlas como si fueran propias. Sin duda hubo momentos en los que me preguntaba qué tan cerca estaba el final, pero puede ser que esto se deba a que se me presentó un manejo de la intimidad como no había visto antes. Habiendo dicho esto, la cinta sin duda sufrirá el tener una enorme lupa encima, pero creo que gracias a estas reflexiones es que se puede conocer un poco más acerca de la historia que presenta. Como con nuestras propias vidas, es crucial que contemos con los ojos de otra persona para poder aclarar incertidumbres que sean complicadas de resolver. Me tomó un par de horas poder digerir todo y entender cuáles son los mayores aciertos de una narrativa tan honesta. Es probables que me tomé aun más tiempo construir un análisis más elocuente, pero el arranque emocional que provoca también funciona para comprenderla mejor. Durante su presencia en Cannes hubo una crítica muy famosa que acusó a la cinta de misógina y egoísta. Quizá no pueda adentrarme al mundo femenino y para algunas Kechiche tampoco lo logra, pero más allá de enclaustrarnos en géneros o excesos sexuales, la crónica del despertar y avanzar en la vida se vuelve algo más complejo. La resolución más simple es que uno de los temas centrales es el descubrimiento personal, pero en mi humilde opinión no se cierra a esto. Es más acerca de darnos cuenta del mundo que nos espera una vez que empezamos a vivir bajo nuestros propios términos.
El primer día no solo fue emocionante por un grato regreso a esta ciudad, sino también por la lista de películas que pude asegurar. Mi tercera función me llevó de paseo en uno de mis mundos favoritos, que es el de los hermanos Coen y su nostálgica Inside Llewyn Davis. Este par de hermanos han disfrutado de una de sus mejores épocas, después de pelearse con sus obsesiones al principio de la década pasada. Debemos reconocer que sus esfuerzos en esos momentos dejaron mucho que desear, pero creo que les permitió experimentar lo suficiente para generar cierta habilidad que pocos cineastas tienen. Visualmente han logrado consolidar sus intenciones, aunque en este caso no trabajen con su fotógrafo acostumbrado, y se han convertido en maestros de darle un perfecto sentido a cada historia que desean contar. Siempre ha habido grados de melancolía en su trabajo, pero es en este momento que supera al lado cerebral que suele ser la firma de sus cintas. Personajes entran y salen constantemente de la vida de Llewyn, para servir de recordatorio de lo inestable de su existencia. Divagando de sillón en sillón, las risas son precisas y frecuentes. Cada uno de los personajes parecieran formar una antología del panteón de sus creaciones, pero no podrían habitar otro mundo que el que nos presentan en esta ocasión. Es probable que esté sesgada, pero se me ocurren pocas películas que no tienen un trama definida y que aun así funcionan como un detallado mapa narrativo. Otra de las cosas que me sorprende es que he escrito todo esto y no he mencionado la música. Si el folk no te dice nada, sugiero que intentes acercarte a partir de este medio. Pocos conocemos más allá de Bob Dylan, pero este género ofrece una simpleza y honestidad que logran ser las estructuras en las cuales se construye esta cinta. La música, como muchas otras disciplinas de este estilo, otorga la posibilidad de soñar y aferrarte a deseos que aparentan ser imposibles de cumplir. En muchas ocasiones hemos visto cómo estas ambiciones son alcanzadas por héroes que tienen todas las de perder, en este caso se explora lo que ocurre cuando una vez que las perdemos somos incapaces de avanzar. Como perder al amor de tu vida y ser incapaz de hacer algo para recuperarlo, esta resolución culmina en llevarnos por un camino de enojo, frustración y ceguera. La megalomanía que frecuentemente acompaña a los artistas pasa de ser una cualidad, al peso que nos arrastra hacía nuestra propia miseria. No siempre se trata de talento y rara vez tiene que ver con el deseo, pero casi siempre recae en la oportunidad. Una cinta que produce un sinfín de risas, hasta que te enfrentas a la cruda realidad de que esas risas son realmente lágrimas disfrazadas.
Para terminar el primer día queé mejor que perder la razón de la mano de Cate Blanchett y Woody Allen con Blue Jasmine. Para este momento la organización del festival ya me había hecho pasar una hora sentado en las escaleras de la sala, por lo que en esta ocasión que mi futuro se auguraba similar, decidí tomar una silla plegable e instalarme en la entrada. Esto junto con los delirios acumulados gracias a dos grandes cintas y poco tiempo para procesarlas, me puso en el humor perfecto para deleitarme con una película que delinea a la perfección las consecuencias de perder la razón. Es innegable que la habilidad de Allen detrás de la cámara y enfrente de la máquina de escribir le han otorgado ciertos derechos, que nos permiten dejar pasar algunos elementos que comienzan a transformarse en hábitos para el realizador. Claro, estamos acostumbrados a la banda sonora repleta de interpretaciones de viejas canciones de jazz y varios montajes que permiten aceitar los engranes dramáticos. Sin duda hay momentos en los cuales se desafía la lógica interna del mundo que nos presenta, pero la inestable protagonista nos permite olvidarlos para concentrarnos en cada detalle de la crónica de una histeria anunciada. Sin duda es unos de los trabajos más completos de Blanchett y una entrada novedosa en la enorme carrera de Allen.