Cónica:América vs Tigres- Fue inevitable

La primera sensación que percibí dentro y fuera del estadio fue de miedo. Ese día y días antes. No de la afición ni de los jugadores.  Entonces ¿De quién? La directiva americanista tomó una de las decisiones más desafortunadas en mucho tiempo. Por primera vez, no fue por interés económico. El pánico llegó al nido. Con un potencial único en el país, la afición de Tigres amenazaba con una invasión regia al Estadio Azteca.  Como candado para contra restar la posible avalancha Tigere, los boletos se vendieron únicamente vía ticketmaster y los precios se elevaron  a $1171.00 cuando su costo es de $ 100.00  en diferentes zonas.

Sin importar su Club, los aficionados tenían derecho a estar molestos. Si no eres socio águila, el costo era el mismo para todos. En la explanada del Azteca, los regios caminaban cautelosos. Su rostro denotaba enojo por los precios, alegría por el juego y sed de revancha instantánea. Sin haber perdido el encuentro, había una deuda que saldar por los que no vinieron desde allá. Se agrupaban en diferentes zonas. No se vivía el mismo ambiente que cada partido. Las trompetas y vendedores no se oían. El boletaje estaba cerrado. Poca gente cedió ante el capitalismo abrupto del América.

Una vez sentado en la tribuna fue impresionante. ¡Qué afición la de Tigres! Me ponía  de pie y en la zona de prensa, ni con quien comentarlo. Observando a mí alrededor, veía un Coloso de Santa Úrsula que no tenía magia. Semivacío  y desangelado. Un silencio incómodo el que se palpaba en las gradas. La cabecera de Tigres ya cantaba desde minutos antes del arranque. Salió el cuadro regio a calentar y ¡Qué bárbaro! Cada pulmón de un aficionado de Tigres se multiplicaba por cuatro. No se puede explicar lo que se vive cuando estás ahí. Debajo de mí, estaba otra parte de aficionados Tigres. Era como un zona elite. Se percibía gente que viajó en avión desde Monterrey al D.F. Otra realidad de la barra felina que apoyaba en la cabecera. Ambos sectores con el mismo objetivo.

Se me ocurrió voltear hacía la barra del América. Mi cuerpo pasó de la piel chinita a una palidez sustancial.  Una cabecera disminuida, sin organización y mucho menos corazón. Sin emoción por la fiesta que se podía vivir. Opacados por completo ante la afición regia.

Arrancó el encuentro y desde el primer minuto el cantico ¡Vamos Tigeres! no cesó hasta el minuto 45. El Azteca se cimbró y se arrodillo ante la afición felina. Era alucinante ver la devoción de esos individuos. El cansancio estaba fuera de su cosmovisión. La apatía la dejaron para otros humanos. El crujido que provocó esa multitud, comenzó a preocupar al aficionado de Coapa.  La plácida y apática versión del afición azulcrema es para subrayar. En su vida habían palpado algo semejante, supongo yo. Brincar  con un globo amarillo y vociferar ¡Vamos, vamos América…!  Cuando antes de terminar la idea, los regios ya habían estrujado el eco del Ame.

Quince minutos fueron necesarios para distender la garganta felina.  La publicidad en el estadio Azteca premiaba al pueblo por acudir y lanzaba presentes desde el césped. Playeras y balones volaban sin dirección a la tribuna. El aficionado se frustraba si no llegaba a sus manos alguno de esos presentes. Así como el reportero o camarógrafo se frustraba ante mí, cuando recibía  menos de dos tortas. Por cierto, obsequio del generoso Estadio Azteca para la prensa. Melquiades Sánchez Orozco, la voz del Azteca, me informaba que poco más de 34, 000 aficionados acudieron esa tarde al “Coloso”. Resultado de la desafortunada decisión de la directiva americanista. En lugar de un lleno total de regios y defeños, prefirieron morir en el intento de evitar, algo que fue inevitable.

De nuevo, al segundo 00:01 de la parte complementaria, comenzó la avalancha auditiva. La romanza Tigere fue estrepitosa a los tres minutos de la segunda mitad. La primera piedra en el zapato amarillo entró de los pies de Danilinho. El campo regresaba de a poco cada centavo del boleto, del estadio y del camión desde el norte. Al minuto 59 se firmaba el liderato de Tigres. Con gol del mejor jugador de la Liga MX, a mi parecer, Lucas Lobos sentenciaba la serie por dos goles a cero.

Miguel Herrera lanzó tres delanteros y dos extremos al final, cosa que no funcionó. Un gol válido fue anulado para el América, pero nada hubiera cambiado. El destino estaba escrito. En mi pueblo le dicen justicia divina.

En conferencia de prensa, el “Piojo” explotó contra el silbante del partido, Jorge Isaac Rojas.  Dijo que estaba predispuesto contra ellos y aunque no era mal árbitro, aseveró que tenía mala leche. Aunque aceptó que los goles de Tigres fueron buenos.  Me sonó a patadas de ahogado.

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PLAYLIST POCAJÚ 5 de MAYO